¿QUÉ SE NECESITA PARA ESCRIBIR? DOS ANÉCDOTAS
Anécdota Uno
En cierta ocasión, cuando llegaba a clase a las siete de la mañana, con un demoledor frío bogotano, me encontré con algo curioso a la entrada del salón: no podía ingresar por un alboroto. Me detuve y contemplé la escena más novelesca a esa hora del día. En medio del crujir de sillas escolares, algarabía, una estudiante, agachada, no se doblegaba en su empecinada tarea de buscar algo que se le había perdido y que había causado la obstrucción, o el trancón, como lo llamamos en Bogotá.
Era espectacular ver a la chica debajo de las sillas, estirado su cuerpo, su cabello rozando el pavimento, sus piernas alargadas, y el coro del grupo que reía y le pedía que me dejara entrar.Pasado algún momento, absorto, como que desperté de esa emoción de semejante hecho tan propio para escribir. ¿Qué pasó?, fue lo que salió de mis labios. La misma estudiante, por debajo de las sillas, me contestó, ¡ se me perdió una tuerca! En medio de su total y femenina tranquilidad me dio a entender que buscaba una tuerca. ¡ Una tuerca!
Di un suspiro, reí, como pude ingresé al aula, y esperé que me dijera lo que me dijo, después de un buen tiempo, ¡ya la encontré! Normalizado el asunto, y en vista de que tenía un plan de trabajo para esa mañana, la circunstancia fortuita me obligó a cambiar mis planes. Fue así como les traje al recuerdo aquel pasaje de Rayuela la inmortal obra de Julio Cortázar. Sí, cuando en un café parisino, por un terrón de azúcar se arma semejante desorden nada envidiable al de un salón de clases. Y el terrón era buscado por todas partes, debajo de las mesas, los personajes en posiciones curiosas, y no aparecía por ningun lado.Total, le dije a la alumna, " Ahora, usted se va a inventar un cuento sobre el suceso de hoy". Y pasó lo que`pasó: a los dos días llegó con un cuentazo, un gran cuento al que tituló, LA TUERCA. Y lo leyó, reímos, y esa tuerca más tarde apareció referenciada en una tesis de Maestría en una prestigiosa universidad de Bogotá como una de las tantas formas en que el maestro se vuelve cómplica de lo que es escribible: lo cotidiano, lo anecdótico, lo casual. Otro docente, quizás, se hubiera emberracado, hubiera sancionado a la niña.
Anécdota Dos
Un día, una profesora me dijo que le cuidara un examen de química. Asentí, y debo decir que tengo mis prejuicios sobre el papel del examen y el examinador, y desde luego, la posición de juicio a que es sometido el examinado. Me parece como para un cuento de Allan Poe ese juego macabro de cuidar un examen, desde un conductismo, donde el estudiante reproduce lo que dicen los libros o lo que dice el docente. Pero el caso es otro.
Cuando los estudiantes fueron ubicados con la garanía de no copiar, y arrancó la segunda parte del ritual, es decir, los jóvenes empezaron a responder, me hice la pregunta, ¿qué voy a hacer yo aquí, parado duante dos horas, mirando esos rostros desesperados de estos adolescentes? Y le dije a quien estaba más cerca de mí, en primera fila, junto al escritorio, que me regalara una hoja. La sacó de su cuaderno, y yo, con mis ojos detectivescos, volteba, giraba, y levantaba mi mirada por enccima de las gafas, mientras me puse a escribir, de pie, un cuento sobre lo que estaba sucediendo en ese interminable momento allí, manteniendo, eso sí, la rigidez de lo que es cuidar un examen.
Me acordé de mis profesores de la primaria, del bachillerato, de la universidad, profesores de mis hijas - muchos no les creyeron que ellas eran las que escribían sus propios trabajos -, y cuando la estudiante que me dio la hoja grande concluyó su prueba, le dije, "Mire lo que escribí, un cuento sobre ustedes". Reímos. Lo guardé. Tiempo después salió una convocatoria para un concurso nacional de cuento breve aquí en Colombia.Saqué el mío, lo pulí y lo envié. Al cabo de tres meses, me enteré por correo que mi cuento, EL TUMBAEXÁMENES,el que había escrito cuando cuidaba un examen, había sido finalista entre 350 obras de todo el país. Por supuesto, le conté a mi estudiante cómplice, quien luego se contagió de la poesía e hizo un libro con versos muy amorosos.
Conclusión, ¿qué se necesita para escribir? Hacer de lo simple, de lo sencillo, algo grande, dimensionarlo, vivirlo, disfrutarlo, y especialmente, tener a alguien que le ayude a dar ese impulso.Cortázar dijo que el chisme de la doméstica puede ser una gran novela. Entonces, no requiere temas extraordinarios para demostrar que usted puede arrancar a escribir. Necesita cosas sencillas para decir cosas extraordinarias, como decía Shopenhauer. ¡Escriba!
En cierta ocasión, cuando llegaba a clase a las siete de la mañana, con un demoledor frío bogotano, me encontré con algo curioso a la entrada del salón: no podía ingresar por un alboroto. Me detuve y contemplé la escena más novelesca a esa hora del día. En medio del crujir de sillas escolares, algarabía, una estudiante, agachada, no se doblegaba en su empecinada tarea de buscar algo que se le había perdido y que había causado la obstrucción, o el trancón, como lo llamamos en Bogotá.
Era espectacular ver a la chica debajo de las sillas, estirado su cuerpo, su cabello rozando el pavimento, sus piernas alargadas, y el coro del grupo que reía y le pedía que me dejara entrar.Pasado algún momento, absorto, como que desperté de esa emoción de semejante hecho tan propio para escribir. ¿Qué pasó?, fue lo que salió de mis labios. La misma estudiante, por debajo de las sillas, me contestó, ¡ se me perdió una tuerca! En medio de su total y femenina tranquilidad me dio a entender que buscaba una tuerca. ¡ Una tuerca!
Di un suspiro, reí, como pude ingresé al aula, y esperé que me dijera lo que me dijo, después de un buen tiempo, ¡ya la encontré! Normalizado el asunto, y en vista de que tenía un plan de trabajo para esa mañana, la circunstancia fortuita me obligó a cambiar mis planes. Fue así como les traje al recuerdo aquel pasaje de Rayuela la inmortal obra de Julio Cortázar. Sí, cuando en un café parisino, por un terrón de azúcar se arma semejante desorden nada envidiable al de un salón de clases. Y el terrón era buscado por todas partes, debajo de las mesas, los personajes en posiciones curiosas, y no aparecía por ningun lado.Total, le dije a la alumna, " Ahora, usted se va a inventar un cuento sobre el suceso de hoy". Y pasó lo que`pasó: a los dos días llegó con un cuentazo, un gran cuento al que tituló, LA TUERCA. Y lo leyó, reímos, y esa tuerca más tarde apareció referenciada en una tesis de Maestría en una prestigiosa universidad de Bogotá como una de las tantas formas en que el maestro se vuelve cómplica de lo que es escribible: lo cotidiano, lo anecdótico, lo casual. Otro docente, quizás, se hubiera emberracado, hubiera sancionado a la niña.
Anécdota Dos
Un día, una profesora me dijo que le cuidara un examen de química. Asentí, y debo decir que tengo mis prejuicios sobre el papel del examen y el examinador, y desde luego, la posición de juicio a que es sometido el examinado. Me parece como para un cuento de Allan Poe ese juego macabro de cuidar un examen, desde un conductismo, donde el estudiante reproduce lo que dicen los libros o lo que dice el docente. Pero el caso es otro.
Cuando los estudiantes fueron ubicados con la garanía de no copiar, y arrancó la segunda parte del ritual, es decir, los jóvenes empezaron a responder, me hice la pregunta, ¿qué voy a hacer yo aquí, parado duante dos horas, mirando esos rostros desesperados de estos adolescentes? Y le dije a quien estaba más cerca de mí, en primera fila, junto al escritorio, que me regalara una hoja. La sacó de su cuaderno, y yo, con mis ojos detectivescos, volteba, giraba, y levantaba mi mirada por enccima de las gafas, mientras me puse a escribir, de pie, un cuento sobre lo que estaba sucediendo en ese interminable momento allí, manteniendo, eso sí, la rigidez de lo que es cuidar un examen.
Me acordé de mis profesores de la primaria, del bachillerato, de la universidad, profesores de mis hijas - muchos no les creyeron que ellas eran las que escribían sus propios trabajos -, y cuando la estudiante que me dio la hoja grande concluyó su prueba, le dije, "Mire lo que escribí, un cuento sobre ustedes". Reímos. Lo guardé. Tiempo después salió una convocatoria para un concurso nacional de cuento breve aquí en Colombia.Saqué el mío, lo pulí y lo envié. Al cabo de tres meses, me enteré por correo que mi cuento, EL TUMBAEXÁMENES,el que había escrito cuando cuidaba un examen, había sido finalista entre 350 obras de todo el país. Por supuesto, le conté a mi estudiante cómplice, quien luego se contagió de la poesía e hizo un libro con versos muy amorosos.
Conclusión, ¿qué se necesita para escribir? Hacer de lo simple, de lo sencillo, algo grande, dimensionarlo, vivirlo, disfrutarlo, y especialmente, tener a alguien que le ayude a dar ese impulso.Cortázar dijo que el chisme de la doméstica puede ser una gran novela. Entonces, no requiere temas extraordinarios para demostrar que usted puede arrancar a escribir. Necesita cosas sencillas para decir cosas extraordinarias, como decía Shopenhauer. ¡Escriba!
1 Comments:
At 3:02 p.m., Anónimo said…
porfe ud es de lo mejor es una de los mejores porfes del colegio y queria decirle que ojala nunca cambie y que ojala pudiera estar en nuestro graduacion prom 2011 que ud y todos saben que va a ser la mejor de la historia del colegio que chevere que todavia hayan profes que se rian con uno que no sean regañones que todavia guarden ese niño que tienen por dentor nunca cambie profe asi esta bien me cae super bien
ATT SU MEJOR ALUMNO CARLOS LINDO
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