Diario del Profe

Pedagogía y literatura

viernes, marzo 17, 2006

Anécdota triste de la lectura

La siguiente anécdota hace parte de aquellas historias de la Escuela que causan dolor, rabia, tristeza. Es un hecho muy real. Sucedió que una noche llegó al apartamento de su ex profesora, un joven con el rostro desgastado, quizá maltratado por el frío de una Bogotá lluviosa. Su vestimenta daba señas de que con esa ropa llevaba ya algunos días encima. Al verlo, el asombro no se podía ocultar por parte de la aguerrida maestra. Sí, ella había sido la que lo había ambarcado en el mundo de los libros, la que lo había enamorado de la lectura y hoy, o mejor, esa noche, él venía a despedirse de ella.

" Profe, no me pregunte cómo vine hasta donde usted, pero mañana me voy para el ejército". Sus manos estaban magulladas por el frío, por el hambre. Ella no salía del desconcierto y a su vez de la contemplación tan nítida de sus resultados como cómplice del fomento de la lectura en una institución del Estado colombiano. El joven prosiguió, después de que la educadora lo hizo sentar y le brindó algo caliente. " Profe, usted no me está preguntando, pero llevo días viviendo, durmiendo debajo de los puentes. No tengo a nadie en este mundo. Lo único que me acompañan son estos libros" . Y le mostró las obras que traía en sus manos golpeadas por las incomprensiones de la vida . " Como mañana me voy, profe, aquí dejo, en sus buenas manos, estos libros. Lo que usted me enseñó hasta cuando pude asistir al colegio: leer, enamorarme de los libros. Usted me hizo amar los libros. Y yo me voy, no sé si en esta guerra que vivimos, vuelva. A lo mejor sí, a lo mejor, no. Pero, pase lo que pase, le dejo mis libros que compré y que leí porque usted hizo que me gustara leer".

La profesora no tenía palabras para salir del enmudecimiento. El corazón le trepidaba por las injusticias de la vida, por esa historia de la Escuela que entristece y que dan ganas de llorar. Y quería llorar . En la colección de libros de este lector, estaban, "Secuestrada", " El fantasma de Manhattan", " Regresé del Infierno", " Camino norte al Infierno", " Los niños de la violencia", y tres libros más. Era asombroso cómo este joven, con tantas dificultades, con tanto castigo de la Naturaleza, era lector y portador de estos libros, motivado por estos temas y con una preocupación tan grande porque sus obras no se quemaran, ni se las comiera el polvo, sino que hicieran parte de la biblioteca de su docente que lo acompañó en el gusto por leer. Es más, hoy todavía están en la biblioteca de la maestra esperando que el soldado del ejército colombiano venga por ellos.

Han pasado los años y no ha regresado. Lo único que está vivo es esa imagen de ese muchacho que le encargó el cuidado de sus libros a su profesora.Y lo hizo muy agradecido. Y ella lo despidió con el amor de una educadora colombiana que sintió que su corazón gritaba y exclamaba justicia por un talento salido de la educación pública del país y que se iba a echar plomo en el monte. Y su historia me remontó a Héctor Abad ( Revista Semana, febrero 10 de 2003), "Uno a los pobres los puede juzgar por su bondad o por su limpieza, por su rebeldía o por su sumisión, pero una vez pasado el umbral de la miseria, a cualquier persona se le puede juzgar por sus lecturas".