Diario del Profe

Pedagogía y literatura

martes, abril 28, 2009

ANÉCDOTAS DE LA ESCRITURA ( texto leído en la Universidad de La Salle, Bogotá)

Por: Armando Montealegre Aguilar
amontea2000@yahoo.com, armando.montealegre@gmail.com

“ Un escritor acaba por tener en la vida la paciencia que necesitó
para escribir”.

José Saramago, Ensayo sobre la ceguera


EL Premio Nóbel de Literatura 1998, el portugués José Saramago tiene toda la razón cuando se refiere a la paciencia del escritor. Claro, más cuando escribir es convertir en testimonio aquello que pasa por la mente y que se verbaliza, cosa que no es fácil hacerlo. Es poner en circulación, en múltiples direcciones los demonios de que habla Mario Vargas Llosa y que juegan en le mente del escritor.

García Márquez recuerda cómo mucho tiempo después, grandes cosas que escribió están relacionadas con las narraciones orales con que lo deleitaban los abuelos, especialmente, su abuela. Volver eso escritura requiere paciencia. Y si a esa paciencia le agregamos lo anecdótico como un alivio refrescante del texto, se puede decir, entonces, que la escritura convertida en libro satisface emociones vitales tanto del lector como del autor. María Eugenia Dubois sostiene que el libro no se conforma con ser leído sino que a su vez, él lee al lector afectándolo, alterándolo ya que el lector aporta a la obra su personalidad, su estado de ánimo.

Pues bien, yo les voy a narrar dos anécdotas que han marcado mi vida como autor de libros.

Alguna vez, una profesora me pidió el favor que le cuidara un examen, pero eso sí, un tremendo y terrorífico examen. Yo accedí, y como de costumbre, ella me dejó a los estudiantes bien atrincherados en cada silla, uno detrás de otro, muy rígidos, mirando sólo al frente. Algo curioso: era el mismo examen para todos, sólo que los distraía con un encabezado diferente y creo, hasta hoy estoy convencido de ello, que los estudiantes se tragaron el cuento de que eran tres temas. Fueron de las horas más espantosas de mi vida como docente.

Me tocó pararme frente a ellos, como diciéndoles, “Ojo, en esta esquina está Kid Tumbaexámenes, cuidado con provocarme porque tengo orden que al cualquier parpadeo o intento de copia, anulo, anulo”. Pura mierda. Mi cuerpo entró en un mar de contradicciones con mis principios frente a la evaluación: ¿evaluar es reproducir o producir?, pero tenía que someterme a la tortura de cuidar un examen a mi compañera, con ética y severidad.

“¡Imposible que yo esté aquí, dos horas parado mirando esos rostros de angustias, de dolor, de sangre de estos pobres muchachos. Dos horas sin hacer nada, especialmente lo que más me gusta, leer, escribir”, era lo que me corría por mis dendritas. Me acordé de un Postre de Natas de Daniel Samper Pizano, Manual para profesores cuchilla refiriéndose a una obra Voy a pasar lista por orden cronológico, de Miguel Villarejo y Javier Serrano. Entre algunas frases de los profesores cuchilla quería gritarles a los muchachos, “ Si pierden el examen no se preocupen, lo bonito es participar”, “Y pensar Pèrez, que hasta ahora lo había considerado de la especie humana”, “ Para concentrarse bien hay que poner cara de idiota. Muy bien, Zapata: lo logró”, “ En este examen que Dios reparta suerte porque como reparta justicia aquí se van a rajar más de cuatro”. También me acordaba del humor fino de Les Luthiers, Huye de las tentaciones despacio para que puedan alcanzarte, Dios mío, dame paciencia, ¡pero dámela ya!, La inteligencia me persigue pero yo soy más rápido. En fin, pensaba en tantas cosas observando la cara de masacrados de los estudiantes.

Obediente del ritual que me impuso la profesora, le pedí una hoja y otra hoja y otra hoja a la primera niña de adelante, quien con sus ojitos desorbitados me miró con cara como de ¿cuánto tiempo queda?. Le susurré, “ Vas a ver lo que voy a escribir mientras tú te rompes el coco con tu examen”. Y vigilando, con exigencia y con rigor, además, después de la organización que dejó la profesora, había la garantía de por lo menos no enloquecer cuidando un examen, se me vinieron a la cabeza anécdotas, recuerdos, demonios, mi profesor de cálculo que se subió en el escritorio para garantizar que nadie la copiara en su examen, en la cálida y próspera Girardot…tantas imágenes, que se convirtieron en este cuento que fue Finalista en El Concurso Nacional de Cuento Breve en Samaná, Caldas, en el año 2000.

La segunda anécdota es la siguiente. Un día, muy a las siete de la mañana, con este frío bogotano, al llegar al salón de clases, en la entrada, como decimos en Colombia, “ una simpática estudiante estaba vuelta un ocho “ buscando algo, debajo de los pupitres y de paso obstaculizaba mi ingreso como profesor de Literatura. “ ¿Qué buscas?”, le pregunté con mi paciencia zodiacal como hijo del signo Virgo. “¡Una tuerca!”, me respondió sin levantar la cabeza mientras seguía debajo de las sillas y sus compañeros muertos de la risa y de la preocupación porque la clase no comenzaba, y ella con su intrepidez femenina se empecinaba en encontrar la tuerca.

Si hubiera sido otro docente, quién sabe qué le hubiera pasado a la novel escritora, ya verán por qué lo de novel, así, con v pequeña..Súbitamente se me vino a la cabeza, mientras permitía que la joven se tomara el tiempo buscando su tuerca, un pasaje hermosísimo de julio Cortázar en Rayuela cuando al personaje, en un café parisino, se le cae un terrón de azúcar, rueda por la mesa, cae al piso, se busca entre los zapatos de la gente, provoca risa y desorden, qué lío tan tremendo que se forma buscando el diminuto terrón.

Además, Cortázar, el argentino más querido, a decir de García Márquez, alguna vez había dicho que el chisme doméstico puede ser una gran novela de 500 páginas. De pronto, apareció la tuerca. ¡Eureka! Me dirigí a la chica, todos estábamos reventados de la risa, “ Ahora te invito a que escribas el cuento que nadie ha escrito sobre una tuerca”. Esta hermosa mujer, con su sexto sentido, lo escribió y el resultado está en este libro de una maestría en Lecturas y Escrituras en Educación, donde me citan como un cómplice, un alcahuete de la inventiva de la escritura, como un forjador de historias.

¿Qué se deduce de lo anterior? Que son muchas historias que ocurren alrededor de la escritura. Pero, quizás lo más importante es que escribir requiere pasión, disfrute, goce, encantamiento, hacer muchos borradores, y sobre todo, tener paciencia, esa que empecé a construir desde niño, desde adolescente cuando leía y leía hasta altas horas de la noche en un parque en Girardot, en medio de ladrones, prostitutas, maricas, borrachos que deambulaban cada cual con una historia para ser contada. Y cuando escribía las cartas de amor de mis compañeros con las que cuadraba y descuadraba parejas que más que amor, lo que causaban era risa en el momento en que me agradecían tomando cerveza en cualquier café girardoteño escuchando tangos, boleros, rancheras y la eterna salsa de los 70.

Tengamos paciencia para abordar la escritura, y vivamos sus anécdotas, dejemos que ellas hagan parte de nuestras vidas, de nuestros relatos de vida, pues, como dice Margaret Meek en su libro En torno a la escritura,

La escritura nunca parece ser algo fácil: nos vamos haciendo cada vez más seguros, sabemos cómo se hace pero seguimos exigiéndonos cada vez más..Si el hecho de escribir nos angustia tanto, generalmente es porque creemos que hay una manera correcta de hacerlo, y que podríamos cometer errores”..