Diario del Profe

Pedagogía y literatura

domingo, noviembre 16, 2008

La anécdota como estrategia didáctica e investigativa del relato de vida

El relato de vida aplicado a la anécdota es de suma utilidad e importancia como estrategia didáctica y como enfoque investigativo. La anécdota permite evocar, reconstruir, desarrollar la oralidad, la imaginación…Muchos procesos se interrelacionan cuando se narra una anécdota destacando, entre otras cosas, de lo más importante, su aporte para conocer más al grupo, a la persona y así tener más elementos de juicio al juzgar, evaluar, tomar decisiones ante el aprendizaje.

De manera particular, hago énfasis en aquellas anécdotas jocosas, chistosas, los “osos” o embarradas que nos han marcado en la vida. Todos tenemos algo gracioso enmarcado, de manera particular, en la casualidad, que nos ha divertido y nos produce alegría, risa, sabor a vida contarlo. Narrar aquellos momentos nos desinhibe, nos da más seguridad en la expresión oral, ofrece confianza ante el curso y nos facilita conocernos y comunicarnos más como colectivo. Y por supuesto, se pasa un momento agradable, con una metodología dirigida por el docente en donde cada estudiante, en un tiempo entre cinco y diez minutos, cuenta esa privacidad que quizás nunca haya expresado ante un auditorio. Como caso curioso, cuando alguien está narrando su anécdota, muchas historias se vienen a la mente de cada uno de los oyentes, se asocian también con experiencias individuales y otros quieren pasar a narrar la suya. Vale destacar que la estrategia como tal se inicia cuando el docente abre el camino: se pone como modelo y cuenta alguna o algunas de sus historias de vida con anécdotas; de esta manera, todos aprendemos de todos.

Como ejemplo, trato de transcribir las siguientes anécdotas tomadas del Taller de Oralidad:

Anécdota 1 narrada por un estudiante de la Universidad de primer semestre

Alguna vez, por cosas de la casualidad, este estudiante se encontró con un gran amigo que tenía como oficio ser recreacionista, animador de piñatas y fiestas. Coincidencialmente, el día de de tan inesperado encuentro, tenía un evento en las horas de la tarde: animar una fiesta para niños.

Como hacía tiempo no se veían, el encuentro se acompañó con cerveza. Una y otra y otras. Después de tan animada tertulia, el recreacionista convenció a su amigo para que le ayudara, pues, otra persona, comprometida con él, no podía acompañarlo ese día. Sin ponerle peros al asunto, partieron. La idea era que el estudiante se disfrazaría de Mickey y su amigo, como siempre, de Barney.

“Ambos llegamos con nuestras cervezas en la cabeza. Había mucha, pero mucha gente y Bogotá parecía más una ciudad de tierra caliente. Los papás, los niños estaban ansiosos de ver a sus personajes favoritos, Barney y Mickey en un show espectacular. Nos vestimos y en medio de todo, me dio fue risa saber lo que yo iba a hacer. Jamás en la vida había pasado por mi mente tal cosa”.

Y vino lo mejor, lo imborrable, lo memorable, lo anecdótico. “Uno metido en esos trajes suda y suda, el calor es insoportable y más, con tragos en la cabeza. Yo no encontraba la hora de salirme de ahí. No se puede ni respirar. Yo escuchaba la gritería de los niños, de los padres de familia, los aplausos, los vivas, las palmas y caminaba como un robot en esa pista que me parecía tan inmensa. De pronto, vi cómo mi amigo Barney se bamboleaba, ya casi se caía, yo me convencí de que no era parte del show aunque los niños y los padres de familia sí lo creían porque gritaban, aplaudían, ¡bravo, Barneyyyyy!, ¡Barney!, ¡Barney! Era obvio, a mí me ignoraban, no sabía por qué sólo hasta cuando mi amigo cayó al piso y todos los niños ¡ Barney!, ¡Barney! se fueron encima de él, lo tocaban, brincaban sobre su traje, yo lo miraba por entre los diminutos huecos de los ojos del traje, muerto de la risa, en medio de una algarabía en la que mi amigo era el gran héroe de una tarde inesperada, de la que yo sí sabía qué era lo que pasaba: la borrachera lo había convertido en el héroe de la jornada”.

“El ahogo, el sudor, la palidez tenían a mi amigo metido en este traje. Como pude ayudé a sacarlo de la pista y lo llevé arrastrado a un cuarto, lo destapé y no cesábamos de reírnos a carcajadas mientras los niños exigían que Barney saliera, pues lo que más encantó a los niños fue la forma como Barney se movía, se bamboleaba”.

Conclusión, ¿qué pasó? Imagínense a estos dos hombres en una piñata inesperada. Y hoy, cuando me veo con el estudiante, nos reímos, siempre recuerdo esta anécdota y la traemos a cuento porque lo autobiográfico se vuelve vida dinámica, evocación.